lunes, 3 de enero de 2011

Nada es tumulto: un guiño a la historia y al mito


Ramón Bolívar, Nada es tumulto (O cartas de navegación desde las tierras bajas), México, Stammpa Editores, 2010, 69 pp.

Suma obsesiva de palabras, árbol de imágenes alucinantes, capitulaciones, reincidencias. Nada es tumulto, el nuevo poemario de Ramón Bolívar, bien podría merecer un rosario de epítetos, pero lo que más se precisa a la hora de aproximársele es la exactitud -o lo que más se le parezca. Podríamos empezar por lo que, desde una primera intención, el libro no se ha propuesto ser. No es, de entrada, un libro convencional. No se trata, tampoco, de una obra mayor -aunque tampoco parezca que el autor haya querido escribir una obra mayor. Con su ritmo a ratos atropellado, en no pocos momentos convenientemente construido, Nada es tumulto es más bien -a su modo- un tributo textual a la memoria. El poeta reafirma en este libro que la memoria es un tesoro que debe honrarse en medio de los ires y venires de las modas literarias y que, transcurridas las refriegas pasajeras, las obsesiones son la mejor garantía de una voz que permanece.


Ramón Bolívar delínea, así, en largos, arriesgados versos -por lo próximos a la enunciación farragosa y destemplada de no pocos poemas extensos- un territorio que él conoce y del que da cuenta con el uso de referencias entresacadas de lecturas y meditaciones. El poeta nos lleva, a sus lectores, a dar un paseo "trans-histórico" por los humedales de Tabasco. Para ello, la geografía imaginaria que el autor se construye bien parece corresponderse con ciertos lugares, con señas de identidad que, por momentos, otorgan al poemario un carácter engañosamente provinciano. El poeta no se preocupa mucho por aclarararlo, pero pronto nos interna en el bullicio del mercado Pino Suárez (Mercado de Villahermosa. Tierra de todos y sitio de nadie/Donde el que no cae resbala en el portentoso asidero de la vida./A donde una vez el hombre del archipiélago de las islas/en una oscura y tambaleante embarcación,/como a horcajadas, arriba por la frontera del ceremonial ceibo.); nos conduce al griterío presente en una ya espectral vendimia a orillas del Grijalva (Aquí la más extensa gama de variados productos:/aves y semillas, frutos y carnes, plantas y alimentos./Desde antes del amanecer los nativos mezclados/con otros hombres -de las riberas, del pantano y de la selva-,/en filas como arrieras brotan y se diseminan por el bordo.) o, de la mano, nos muestra el sitio exacto en que se erige un entrañable momumento a los días ya perdidos (Anteayer deambulando por el Centro Histórico/-Loma de La Encarnación llamaban-./Diviso la casona que por lustros funcionó como cantina/para parroquianos y trasnochadores. Mi pensamiento evoca la colina escarpada./El viejo macuilís inserto desde la barda rota...).


Lleno de guiños, de evocaciones y citas que no buscan sino ahondar en una Villahermosa a estas alturas inexistente, en un Tabasco profundo plagado de personajes, de sitios y de historia, Nada es tumulto se debe en parte, en palabras de su autor, a la poesía simbolista de Derek Walcott, a la recreación de los mitos que -para el caso de la cultura caribeña- el autor de El reino del caimito ha elaborado con audacia, aunque es evidente que, tratándose de los humedales del trópico, es la actitud, es la exploración de ese constante drama entre historia y devenir, lo que Ramón Bolívar adopta del poeta antillano cuando arriesga unos poemas que cuestionan el sentido unívoco de los acontecimientos. De allí, por otro lado, la voz que, como un Virgilio inquebrantable, recorre una geografía personal afincada en las tierras bajas. De allí su desdoblamiento en lugares, en voces y en personajes próximos a su experiencia literaria, pero también a su hálito vital, preñado siempre de sensaciones y recuerdos.


Nada es tumulto reincide, pues, en el viejo gusto de Ramón Bolívar por una poesía que atestigüe la memoria, aunque al mismo tiempo capitula ante la masa avasallante de hechos e infortunios en los que se encuentra contenido el amado trópico. Hacia el final del libro, en una suerte de suma de sus "pasos por los humedales de Tabasco", el poeta da cuenta, a su pesar, de los estragos de la historia indetenible en las inmediaciones de su tierra, lo cual no es sino otro modo de nombrar al paso de la modernidad por los linderos del mundo.


                                                 Bien lo sé, todo es historia.
                                                    La máscara que antepone el vulnerable secreto de la hostilidad.
                                                  La lucha encarnizada entre las etnias. El salario tope.
                                                  El trastocado tránsito hacia la democracia.
                                                  Los damnificados del miedo. La guerra del petróleo.
                                                  Los cómics. La crisis financiera. La pandemia.
                                                  El derrumbe de las ideologías. El estrés.
                                                  El fundamentalismo de las iglesias. ¿Aquí yo?..



En medio del tumulto de los tiempos, la poesía como anunciación y como resistencia. De cara a una posmodernidad inacabada, la memoria. Desde esa perspectiva, Ramón Bolívar traza con este nuevo libro la estampa de un presente que será siempre una apuesta: la de reinventar irónicamente el desolado paisaje de la historia para buscar en ella las respuestas que el futuro habrá de formular desde su desmesura. En ello, y no en otra cosa, radica el acierto de un poemario que se atrave a ver la luz entre tanto desconcierto y tanta nadería.

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