lunes, 10 de enero de 2011

Diario peligroso. Día 13.



Visita a mi amigo G. Le llevo conmigo un ejemplar de Todo está escrito en otra parte, mi libro de poemas recién aparecido, y él me lo agradece con el gesto de quien ha recibido un gran regalo. G. hojea mi libro como aquel catador que tiene frente a sí el sabor de un vino extraño. Me mira con la mirada del que todo ha comprendido y entonces se muestra generoso. Yo sé que el libro, sin ser malo, no es del todo bueno. Su lenguaje, su obsesivo rebuscar en las palabras, su ritmo parco son apenas contrapuntos de un abismo surcado de pesadumbres. Con todo, G. me invita a perdonarme. "¡Óooooorale!", exclama cuanto tiene el ejemplar entre sus manos. Su rostro me transmite un entusiasmo verdadero, así que yo transijo por momentos ante mi pequeñez, que talvez no tenga ningún remedio, ante las pifias de los editores, ante ese rostro grave, a medio camino entre el candor y la solemnidad, que aparece como imagen de un poeta desconocido, y ante mi propio ruido. Cuando sale a despedirme, mi amigo me desea bendiciones. Promete reseñar aquel engendro y yo le digo entonces que se lo agradezco. Nada, le insisto, me parecerá más justo que poner en su lugar a lo que, quizás, haya nacido para no encontrar un sitio en alguna parte.

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