Ningún día como el de hoy para sentirse eminentemente "guadalupano". Ninguno mejor para sentir que, ahora sí, la fiesta puede ir empezando como Dios manda, y que de hoy en adelante, y hasta bien entrado el año nuevo, los mexicanos tenemos los días contados para "atorarle" al festejo. ¿Qué sabrán -si es que algo saben- de culto mariano los taxistas y sus bulliciosas procesiones camino de algún templo? ¿Qué sabrán de adorar los "pochimovileros" de mi colonia, los tenderos, los empleados que sacan de algún lado su fervor histriónico-religioso, los cantantes que por la televisión exhiben ante todos su amor insuperable por "la morenita"? ¿Qué sabré yo de todo ello? En cambio, admiro a quienes sí parecen saber de la razón de su recocijo. En la casa de mis padres, por ejemplo, mamá regaló pastelillos a las buenas señoras que acudieron puntualmente, como todos los años, a ofrendarle sus voces al pequeño altar que instaló en el patio. Repito: ¿qué sabremos de festejar nosotros: los solitarios, los embriagados con tanta celebración insulsa, los renuentes a la fe, los borregos que peregrinan sin sabe por qué, pero peregrinan, los indiferentes, los rezadores que repiten hasta la saciedad un credo que tal vez no sientan en carne viva? ¿Sabremos, después de todo, algo de todo eso?
No hay comentarios:
Publicar un comentario