viernes, 19 de noviembre de 2010

Diario peligroso. Día 6.



Hace casi una semana fue mi cumpleaños. La fecha me sorprendió en medio de una abulia inesperada, atrapado en un fastidio que no sé por momentos definir. De mi parte, atareado con las ocupaciones de la vida cotidiana, en las mil y un rutinas del trabajo, tuve en los días previos la impresión de no tener el ánimo suficiente para el festejo. El día en que llegué, por fin, a la edad que ahora tengo, recibí muestras de afecto que me devolvieron la confianza. Gestos que consiguen sostener a la intrincada relojería que con el tiempo me he construido para seguir vivo. En una pequeña, aunque emotiva, comida familiar, organizada por mi mujer y mi madre, seguida por una intermitente sobremesa, consistió toda la celebración. Con ello me basta y me doy por bien servido. Mirándolas a las dos, entusiasmadas y sonrientes por un aniversario más del hombre que, a sus ojos, tantas cosas merece, me pregunto si en verdad todo ello merezco. Yo, que olvido con frecuencia hasta el nombre de la risa y del olvido.

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