¿Cómo escribir sobre el dolor que se ha alojado hoy en mi pecho? Facundo Cabral ha muerto en Guatemala, asesinado a tiros como el criminal o el ladrón, el terrorista o el delincuente que nunca tuvo -ni tendría- sitio en sus canciones. Ha muerto a manos de la insania que habita en el corazón del hombre, de ese hombre en el que siempre confió, pese a la podredumbre que lo constituye. Alguna vez, pude estrechar la mano del maestro. Su concierto en el teatro Esperanza Iris había sido para mí una especie de bautismo y saludarlo, decirle brevemente lo mucho que lo admiraba, significa todavía, a varios años de aquel recital en Villahermosa, uno de mis más afortunados recuerdos. El maestro Cabral decía que "sólo aquel que hubiera vivido tendría el derecho a morir". Seguro estoy de que el gran trovador de la Argentina murió cuando su vida rebosaba de bríos y plenitudes. Descansa en paz, cantor, tú que ya te habías ganado el derecho a tu descanso, a tu inmortal morada en el cielo de los justos.
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