domingo, 19 de junio de 2011

Diario peligroso. Día 25.



No fue raro no encontrar, hoy en casa de mis padres, a papá que se afana día a día en los quehaceres religiosos de la parroquia del pueblo. Si alguien me hubiera dicho hace apenas unos años que el viejo habría de entregarse con el tesón con que ahora se entrega a las labores "del reino", quizá me hubiera reído. O quizás hubiera deseado que esas palabras tuvieran algo de profético. Hoy, el viejo no para: ora asiste devoto a los oficios del templo, que a reuniones donde se decide el rumbo de la feligresía; ora conversa con frecuencia con el cura de turno y toma parte en colectas, para la edificación de la nueva iglesia, que a veces se antojan imposibles. La vida de papá ha dado un giro, quizá sólo explicada por su deseo de seguir sintiéndose útil, una vez concretado su retiro tras cuarenta años de servicio como maestro en diferentes escuelas secundarias de Tabasco. La utilidad de su vida, tanto tiempo en función de su papel de proveedor de una familia más o menos peculiar como la nuestra, ahora pareciera depender de su entrega -también peculiar- al servicio de lo eclesiástico, a su voluntoriosa manera de entregarse a lo divino. Es curioso, una vez escribí un relato en el que el padre del protagonista era un hombre obstinado con la vida confesional y ascética. Papá, sin ser un obsesivo, da muestras suficientes de querer convertirse en algo que siempre rechazó: un hombre que, a su modo, busca a Dios entre los santos, los rituales y las sotanas. Nada que ver, por supuesto, con el necio de mi relato. Todo que ver con este hijo que fiel a su cariño, lo admira y, desde el fondo aún soñado de su infancia, lo retrata.

No hay comentarios:

Publicar un comentario