El hijo de la gitana
(Parte III, segundo cuadro de la ópera Il trovatore)*
Tú no lo sabes, Manrico. Tampoco el Conde.
(¿Y qué diablos importará después de todo?)
Tu madre es prisionera de una verdad
que le hace abrir los ojos ante el negro batir de la amenaza.
Tú no sabes que a las puertas abiertas de la felicidad,
el odio llegará con su inminente traza de mendigo.
Llegará y se instalará a sus anchas,
como un nuevo invitado a esa boda tuya
que no habrá de celebrarse.
Tu madre, que no es tu madre, y el Conde de Luna,
que en modo alguno debiera ser tu enemigo,
como fichas barajadas en un juego que no te favorece.
Entonces entiendes que antes que casarte con Leonora,
a la que rescataste del convento, la vida de Azucena
—la gitana que en todos estos años respetaste—
es una gema que debe rescatarse del suplicio.
Tú entiendes eso y algunas otras cosas.
Entiendes, también, que, por ejemplo,
el enemigo es un señor cuya vida bien pudiera
intercambiarse por la tuya.
Es tu vida o la suya la que pende como un hilo
del viento que lo mueve con una voluntad enloquecida.
Es tu vida o la de esa madre tuya que pronto ha de servir
de combustible al fuego gemebundo de la pira.
Entonces, no lo piensas.
Corres para acudir, puntual como tú eres,
al llamado atroz de tu destino.
Corres y te das fuerzas porque habrás de enfrentar
quién sabe qué en ese pozo negro del futuro.
Tú no lo sabes, Manrico
(¿Y qué diablos importará después de todo?)
* Fragmento del libro de poemas Arias, en proceso de preparación.
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