lunes, 7 de marzo de 2011

Diario peligroso.Día 18.



Ayer, la lluvia leve que cayó por la mañana y el viento que movió con fuerza las hojas de los árboles. Hubo un silencio largo en la calle donde vives, señal del letargo deseado por vecinos como tú, residuos de lo que la semana devolvió tras los ires y venires cotidianos. Por la televisión miras una película que te parece insulsa. En ella actúa un ganador del Oscar en una de sus ediciones anteriores, pero nada de la cinta la salva de tener una historia torpe, apretada. Le dices eso a tu mujer y ella apenas responde, ocupada como está en que las cosas ocupen el sitio que les toca entre el desorden en que a veces se convierte tu casa. Más tarde, Strangers on a train, de Hitchcock, te reunirá con ella frente al altar mayor que al entretenimiento han ofrendado. Ella te reñirá entonces por tu cansancio, el mismo que entrecierra tus ojos cuando la intriga por un asesino evanescente crece, y ya no habrá más remedio que apagar todo -el domingo también se apaga, de algún modo- y dormirse. Te duermes. Sabes por las noticias, por el facebook, por todos lados, que hay reclamos de un mundo que exige transformarse y a veces es difícil no llevar a la cama una imagen de protesta o de violencia mediáticamente compartible. Ahora, al escribir, te dices que es preciso que consignes que en el  Egipto milenario un régimen de más de treinta años zozobró y que en Libia, donde una dictadura aborrecible aún pervive, se sienten ya los estertores de un reyezuelo sitiado. ¿Y en México? ¿Y en este país plagado de feudos, de caciques, de cotos de poder inamovibles? ¿Será posible un cambio aquí donde cambiar es poco más que una fanfarria? Dicen los enterados que allá donde la tierra arde todo empezó con un llamado. El llamado, que comenzó en la red, pronto se convirtió en hoguera. A poco menos de un mes, la hoguera ya era un fuego incandescente que ilumina, aún hoy, desde El Cairo a los países hastiados de poder, de dinastías eternas que subsumen voluntades y riquezas. ¿Ha llegado, pues, la hora suprema de los pueblos? ¿La hora en que en que el mundo es convocado por el poder omnímodo de las redes virtuales? Para cuando esto preguntas, tal vez sueñas. El respirar acompasado y dulce de tu mujer, mientras duerme, tu propio respirar dificultoso, te despiertan. Comprendes, ahora sí, que ha llegado el momento de dejar de soñar y de dormirse.

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