Marzo se va lleno de ruidos, de guerras y temblores. Se va con la ilusión de un sueño que parece flotar entre hospitales, donde -una noche- hubo que pernoctar rumbo al encuentro de una salud justipreciada, escurridiza. Con todo, tu mujer sale adelante de aquella operación que devuelve a los dos el ánimo, también la voluntad de liarse a golpes con el destino que, en lo que sigue, no puede sino llevar el nombre de ambos. Marzo se va con el grito ancestral de hombres como tú que, encarados al mundo, lo padecen: Libia y su guerra intestina, ahora vuelta conflicto en el que una flota de aviones multinacionales la sobrevuela bombaerdeándola; Yemen, Siria, Bahrein, en medio de revueltas irreconocibles; Japón estremecido hasta la médula por un tsunami. El mundo a tu alrededor, la pequeñísima porción de ese espacio diverso al que apenas te asomas, pareciera tener la terrible consigna de descomponerse. Hace apenas unos días, tu madre, en la comida familiar a la que asistes cuando el trabajo te permite un respiro, te hablaba de zozobras. De miedos que han llegado, tal vez, para quedarse como una enfermedad inoculada, irremediablemente compartida. "Al doctor C. lo secuestraron en el campo", te dice, "le pidieron millones y, después de golpearlo y desaparecerlo por semanas, lo dejaron vivo de milagro". Tu madre también te cuenta de amenazas, de casos repetidos entre gente a la que conoces bien desde hace mucho. Entonces es preferible que se hable de otra cosa, de las nuevas travesuras de tus sobrinos, por ejemplo, porque siempre será mejor pensar que la amenaza es una cosa sin sitio en esa mesa. No olvidas, tampoco, a propósito de los días desdibujados que a tu alrededor transcurren, que ayer tuviste que entregar a un oficial de tránsito un soborno. Se plantó frente a ti con un aire triunfal cuando creyó mirar que hablabas por teléfono mientras, al mismo tiempo, conducías y descubrió, para su regocijo, que tu licencia tenía ya una semana de vencida. "Le va a salir muy caro, amigo", te dijo. Lo que era otra forma de decir que él conocía una manera más barata de hacer como si las cosas marcharan de modo inmejorable. Lo que también quería decir que, una vez mordido el anzuelo, no habría manera de que por fin te decidieras a cambiar el mediocre entorno que te envuelve, comenzando, desde luego, contigo mismo. Marzo se va también con ausencias inexplicables, con esa amistosa indiferencia que no es sino otra forma de agredir al otro. Marzo se fue con su carga de días anodinos. Con su esperanza puesta al sol y con su propia hambre.
Espacio personal con textos y creaciones varias sobre poesía, crítica literaria y crítica cultural. Son bienvenidos en este blog todos los comentarios, opiniones y sugerencias que tengan por finalidad estimular el diálogo y la comprensión de las obras, artistas y autores aquí mencionados.
jueves, 31 de marzo de 2011
Diario peligroso. Día 19.
Marzo se va lleno de ruidos, de guerras y temblores. Se va con la ilusión de un sueño que parece flotar entre hospitales, donde -una noche- hubo que pernoctar rumbo al encuentro de una salud justipreciada, escurridiza. Con todo, tu mujer sale adelante de aquella operación que devuelve a los dos el ánimo, también la voluntad de liarse a golpes con el destino que, en lo que sigue, no puede sino llevar el nombre de ambos. Marzo se va con el grito ancestral de hombres como tú que, encarados al mundo, lo padecen: Libia y su guerra intestina, ahora vuelta conflicto en el que una flota de aviones multinacionales la sobrevuela bombaerdeándola; Yemen, Siria, Bahrein, en medio de revueltas irreconocibles; Japón estremecido hasta la médula por un tsunami. El mundo a tu alrededor, la pequeñísima porción de ese espacio diverso al que apenas te asomas, pareciera tener la terrible consigna de descomponerse. Hace apenas unos días, tu madre, en la comida familiar a la que asistes cuando el trabajo te permite un respiro, te hablaba de zozobras. De miedos que han llegado, tal vez, para quedarse como una enfermedad inoculada, irremediablemente compartida. "Al doctor C. lo secuestraron en el campo", te dice, "le pidieron millones y, después de golpearlo y desaparecerlo por semanas, lo dejaron vivo de milagro". Tu madre también te cuenta de amenazas, de casos repetidos entre gente a la que conoces bien desde hace mucho. Entonces es preferible que se hable de otra cosa, de las nuevas travesuras de tus sobrinos, por ejemplo, porque siempre será mejor pensar que la amenaza es una cosa sin sitio en esa mesa. No olvidas, tampoco, a propósito de los días desdibujados que a tu alrededor transcurren, que ayer tuviste que entregar a un oficial de tránsito un soborno. Se plantó frente a ti con un aire triunfal cuando creyó mirar que hablabas por teléfono mientras, al mismo tiempo, conducías y descubrió, para su regocijo, que tu licencia tenía ya una semana de vencida. "Le va a salir muy caro, amigo", te dijo. Lo que era otra forma de decir que él conocía una manera más barata de hacer como si las cosas marcharan de modo inmejorable. Lo que también quería decir que, una vez mordido el anzuelo, no habría manera de que por fin te decidieras a cambiar el mediocre entorno que te envuelve, comenzando, desde luego, contigo mismo. Marzo se va también con ausencias inexplicables, con esa amistosa indiferencia que no es sino otra forma de agredir al otro. Marzo se fue con su carga de días anodinos. Con su esperanza puesta al sol y con su propia hambre.
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