jueves, 31 de marzo de 2011

Diario peligroso. Día 19.



Marzo se va lleno de ruidos, de guerras y temblores. Se va con la ilusión de un sueño que parece flotar entre hospitales, donde -una noche- hubo que pernoctar rumbo al encuentro de una salud justipreciada, escurridiza. Con todo, tu mujer sale adelante de aquella operación que devuelve a los dos el ánimo, también la voluntad de liarse a golpes con el destino que, en lo que sigue, no puede sino llevar el nombre de ambos. Marzo se va con el grito ancestral de hombres como tú que, encarados al mundo, lo padecen: Libia y su guerra intestina, ahora vuelta conflicto en el que una flota de aviones multinacionales la sobrevuela bombaerdeándola; Yemen, Siria, Bahrein, en medio de revueltas irreconocibles;  Japón estremecido hasta la médula por un tsunami. El mundo a tu alrededor, la pequeñísima porción de ese espacio diverso al que apenas te asomas, pareciera tener la terrible consigna de descomponerse. Hace apenas unos días, tu madre, en la comida familiar a la que asistes cuando el trabajo te permite un respiro, te hablaba de zozobras. De miedos que han llegado, tal vez, para quedarse como una enfermedad inoculada, irremediablemente compartida. "Al doctor C. lo secuestraron en el campo", te dice, "le pidieron millones y, después de golpearlo y desaparecerlo por semanas, lo dejaron vivo de milagro". Tu madre también te cuenta de amenazas, de casos repetidos entre gente a la que conoces bien desde hace mucho. Entonces es preferible que se hable de otra cosa, de las nuevas travesuras de tus sobrinos, por ejemplo, porque siempre será mejor pensar que la amenaza es una cosa sin sitio en esa mesa. No olvidas, tampoco, a propósito de los días desdibujados que a tu alrededor transcurren, que ayer tuviste que entregar a un oficial de tránsito un soborno. Se plantó frente a ti con un aire triunfal cuando creyó mirar que hablabas por teléfono mientras, al mismo tiempo, conducías y descubrió, para su regocijo, que tu licencia tenía ya una semana de vencida. "Le va a salir muy caro, amigo", te dijo. Lo que era otra forma de decir que él conocía una manera más barata de hacer como si las cosas marcharan de modo inmejorable. Lo que también quería decir que, una vez mordido el anzuelo, no habría manera de que por fin te decidieras a cambiar  el mediocre entorno que te envuelve, comenzando, desde luego, contigo mismo. Marzo se va también con ausencias inexplicables, con esa amistosa indiferencia que no es sino otra forma de agredir al otro. Marzo se fue con su carga de días anodinos. Con su esperanza puesta al sol y con su propia hambre.

domingo, 27 de marzo de 2011

La natural manía de contar: notas sobre la cuentística de Luis Alonso Fernández Suárez



Luis Alonso Fernández Suárez, Historias del principio, México, FECAT-SET-UJAT, 1999, 97 pp.                                       Cuentos de la manada, México, UJAT, 2010, 58 pp.

1.
Debió de ser un sábado de aquellos. Mi amigo, el escritor Luis Alonso Fernández Suárez, sostenía en su mano diestra la pluma con la que corregía, o con la que se ayudaba, para descifrar el último de mis conatos narrativos, cuando me miró elevando la vista por sobre sus anteojos. Yo le había mencionado momentos antes que el cuento, el arte propiamente dicho de contar historias, se me dificultaba en grado sumo, a lo que respondió con un escudriñamiento inquisitivo. "Contar historias", me dijo, "pero si es como dibujar sobre un papel una imagen cualquiera." Para entonces, Luis Alonso no debió de haber reparado en que -a diferencia de él mismo- en materia de arte gráfico o de pintura se encontraba en presencia de un lego, pero su afirmación fue suficiente para acercarme a la relojería de sus procedimientos en el viejo arte de escribir ficciones. Luis Alonso Fernández Suárez -el conductor del taller literario sabatino que desde hace ya algún tiempo alberga el local de la Sociedad de Escritores Tabasqueños en la calle Sáenz, el reacio promotor de la lectura entre viejos y jóvenes, el (a su modo) Quijote de la divulgación científica en una tierra de bárbaros como la de Tabasco- me hablaba de la naturalidad de escribir un relato como si de imaginarlo y dotarlo de palabras, sin el a veces doloroso tránsito de la imaginación al verbo, se tratara.


2.
Uno lee los dos libros de relatos breves publicados hasta ahora de Fernández Suárez (Tenosique, Tabasco,1952) y pronto se da cuenta que el terreno que pisa es una tierra sin grandes vistas escarpadas, sin pendientes que extravíen la mirada y sin  recodos aparentes durante el recorrido. Suele haber un dibujo general en ellos. El dibujo es, por lo general, la idea que detona su microcosmos, en tanto que personajes y trama se desprenden de la idea como sus inevitables consecuencias. En Historias del principio (FECAT-UJAT-SET, 1999), Fernández Suárez practica la naturalidad del que cuenta una historia que le ha sido revelada o permitida. Lo mismo pueden encontrarse divertimentos escritos porque sí, porque la historia, surgida, de seguro, de un chispazo en la mirada lúdica -y a ratos irónica- de su autor ameritaba un vuelco imaginativo, que reelaboraciones breves, por momentos sentenciosas, de viejos temas y mitos. En este sentido, es probable que buena parte del aliento cuentístico del autor de Historias del principio tenga que ver con ese ánimo suyo de reinterpretar y escudriñar leyendas, mitologías fundacionales preñadas casi siempre de filosofía. ¿Cómo entender, sino de ese modo, su gusto por la reescritura de temas como los proveídos por la cosmogonía bíblica, los ritos iniciáticos masones o la imaginería prehispánica observable en una danza como la de los cojós, tradicionales de su natal Tenosique?


3.
La natural propensión de Luis Alonso Fernández hacia una escritura despojada de imbricaciones argumentales, sin giros escabrosos y sin regodeos lingüísticos me lleva, por otro lado, a confirmar que nada más lógico en una escritura como la suya que el relato dirigido a lectores atentos antes que a la forma de sus cuentos al enhebrado de sus historias. Lo confirmo de manera particular a partir de la aparición de Cuentos de la manada (UJAT, 2010), su segundo libro. Volumen dirigido, en principio, a un público esencialmente infantil y juvenil, el libro abunda en esa especie de búsqueda de la palabra inicial a la que aludía parcialmente Historias del principio. Aquí, mito y fábula se entreveran de modo indisoluble para dar paso, tras una lectura atenta del conjunto, a una suerte de verdad poética que echa mano de recursos eminentemente alegóricos y metafóricos, propios del género que Hesíodo inventó siglos antes de nuestra era. A diferencia de su libro anterior, donde la diversidad temática se imponía por sobre la unidad del volumen, en Cuentos de la manada la noción de integridad de esta pequeña obra proviene de su moraleja, la base ética que soporta a las acciones narradas para ese grupo de lobos feroces, testigos del principio de los tiempos. Luis Alonso Fernández Suárez -convertido, pues, tras esta feliz entrega de nuevos relatos, en una especie de Jean de La Fontaine asomado a las rendijas del siglo XXI- es un escritor que prosigue por otros medios su pasión denodada por el cultivo de la literatura; un autor empedernido que cree, pese a toda indicación en contrario, en el  influjo de las letras en las nuevas generaciones de lectores.


4.
La mañana de aquel sábado debió de haber transcurrido como casi todas las mañanas sabatinas en el taller literario coordinado por el experimentado narrador, hombre de ideas y de ágil conversación que es Luis Alonso Fernández. El maestro había terminado de leer con atención los manuscritos de quienes asistíamos a sus provechosas sesiones como "partero" de textos literarios, así que, tras sus comentarios de rigor y la crítica más o menos certera de los asistentes en torno a los trabajos presentados, nos fuimos a la calle como aspirando una realidad indispensable para la previa ingesta de palabras. Luis Alonso no hablaba ya de enmendar páginas o de "desfacer entuertos" a punta de escrituras, pero en cambio discurría sobre autores y libros. Cuando nos despedimos esa tarde, creo haber caído en la cuenta de que la amistad que nos une desde varios años es, sobre todo, libresca. Me gusta escucharlo cuando habla de sus viejos autores, de sus filósofos intemporales y de su darwiniana perspectiva de la vida. Libro en mano, como todo un caballero -libre y vivo- con el arma en ristre, Luis Alonso Fernández blande contra el mundo su absoluta creencia en las palabras, acaso el único gran motivo de todas las religiones. Allí la clave de estas breves líneas. Allí y, tal vez, en nuestra implícita certeza de que un día, para bien, cambiará lo que Borges sentenció como "la paradójica suerte de los poetas".

lunes, 7 de marzo de 2011

Diario peligroso.Día 18.



Ayer, la lluvia leve que cayó por la mañana y el viento que movió con fuerza las hojas de los árboles. Hubo un silencio largo en la calle donde vives, señal del letargo deseado por vecinos como tú, residuos de lo que la semana devolvió tras los ires y venires cotidianos. Por la televisión miras una película que te parece insulsa. En ella actúa un ganador del Oscar en una de sus ediciones anteriores, pero nada de la cinta la salva de tener una historia torpe, apretada. Le dices eso a tu mujer y ella apenas responde, ocupada como está en que las cosas ocupen el sitio que les toca entre el desorden en que a veces se convierte tu casa. Más tarde, Strangers on a train, de Hitchcock, te reunirá con ella frente al altar mayor que al entretenimiento han ofrendado. Ella te reñirá entonces por tu cansancio, el mismo que entrecierra tus ojos cuando la intriga por un asesino evanescente crece, y ya no habrá más remedio que apagar todo -el domingo también se apaga, de algún modo- y dormirse. Te duermes. Sabes por las noticias, por el facebook, por todos lados, que hay reclamos de un mundo que exige transformarse y a veces es difícil no llevar a la cama una imagen de protesta o de violencia mediáticamente compartible. Ahora, al escribir, te dices que es preciso que consignes que en el  Egipto milenario un régimen de más de treinta años zozobró y que en Libia, donde una dictadura aborrecible aún pervive, se sienten ya los estertores de un reyezuelo sitiado. ¿Y en México? ¿Y en este país plagado de feudos, de caciques, de cotos de poder inamovibles? ¿Será posible un cambio aquí donde cambiar es poco más que una fanfarria? Dicen los enterados que allá donde la tierra arde todo empezó con un llamado. El llamado, que comenzó en la red, pronto se convirtió en hoguera. A poco menos de un mes, la hoguera ya era un fuego incandescente que ilumina, aún hoy, desde El Cairo a los países hastiados de poder, de dinastías eternas que subsumen voluntades y riquezas. ¿Ha llegado, pues, la hora suprema de los pueblos? ¿La hora en que en que el mundo es convocado por el poder omnímodo de las redes virtuales? Para cuando esto preguntas, tal vez sueñas. El respirar acompasado y dulce de tu mujer, mientras duerme, tu propio respirar dificultoso, te despiertan. Comprendes, ahora sí, que ha llegado el momento de dejar de soñar y de dormirse.

jueves, 3 de marzo de 2011

Un poema




El hijo de la gitana
(Parte III, segundo cuadro de la ópera Il trovatore)*


Tú no lo sabes, Manrico. Tampoco el Conde.
(¿Y qué diablos importará después de todo?)
Tu madre es prisionera de una verdad
que le hace abrir los ojos ante el negro batir de la amenaza.
Tú no sabes que a las puertas abiertas de la felicidad,
el odio llegará con su inminente traza de mendigo.
Llegará y se instalará a sus anchas,
como un nuevo invitado a esa boda tuya
que no habrá de celebrarse.
Tu madre, que no es tu madre, y el Conde de Luna,
que en modo alguno debiera ser tu enemigo,
como fichas barajadas en un juego que no te favorece.
Entonces entiendes que antes que casarte con Leonora,
a la que rescataste del convento, la vida de Azucena
—la gitana que en todos estos años respetaste—
es una gema que debe rescatarse del suplicio.
Tú entiendes eso y algunas otras cosas.
Entiendes, también, que, por ejemplo,
el enemigo es un señor cuya vida bien pudiera
intercambiarse por la tuya.
Es tu vida o la suya la que pende como un hilo
del viento que lo mueve con una voluntad enloquecida.
Es tu vida o la de esa madre tuya que pronto ha de servir
de combustible al fuego gemebundo de la pira.
Entonces, no lo piensas.
Corres para acudir, puntual como tú eres,
al llamado atroz de tu destino.
Corres y te das fuerzas porque habrás de enfrentar
quién sabe qué en ese pozo negro del futuro.
Tú no lo sabes, Manrico
(¿Y qué diablos importará después de todo?)


* Fragmento del libro de poemas Arias, en proceso de preparación.