viernes, 25 de junio de 2010

Diario peligroso. Día 2.



La noche en los dominios de la madrugada. He llegado a este hotel después de un largo viaje, transcurrido sin mayores contratiempos, hasta Cancún, en la última punta de México. Desde mi ventana, la avenida Tulum, una de las más conocidas de este frecuentado y contradictorio paraíso terrenal, pareciera negarse a sucumbir a los estragos que la soledad de las calles le estampa. Apenas dos o tres empleados de una gasolinería próxima asoman sus miradas a la larga avenida. Parecen no saber por qué, pero es probable que sepan que algo está ocurriendo mientras la ciudad de la eterna diversión, del eterno sol, del mar eterno en su turquesa transparencia aparentemente se repone después de un día brumoso. Cancún que, desde siempre, se ha quedado en las manos  que acarician los dólares y los gastan con generosidad exhorbitada en los Meliá, en los Marriott o en los Royal Sands, es la misma Cancún de los cientos de miles que viven, no para ver el mar, sino -por momentos- para padecerlo. Ciudad partida irremediablemente en dos. Tanto hermoso mar repartido entre pocos; tanta necesidad puesta al servicio de quienes pueden pagar a rienda suelta sus antojos. Vine a Cancún por unos cuantos días. No hace falta quedarse mucho tiempo en la ciudad para encontrar en el ambiente una porción de ese México enfrentado inútilmente en la política. Los cientos, quizá los miles de panfletos, de posters que promueven la figura de algún candidato sonriendo con sonrisa beatífica afean esa porción que nunca (¡ni quien se atreva a imaginarlo!) habrá de aparecer en las imágenes que de este paraíso se muestran a nuestros benefactores, los turistas. En este punto alguien por la televisión emite un ¡gooooool! que me saca de mi contemplación de la noche cancunense. Descorro las cortinas de mi habitación ubicada en el quinto piso. Me dispongo entonces a seguir mirando la repetición de un partido del mundial de futbol, celebrado en Sudáfrica, como aquel que se entrega al  goce altísimo de terminar el día encomendado a los nuevos santones que el mundo se ha inventado.

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