Dionicio Morales, Retrato a lápiz (obra escogida), México, Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, 2010, 415 pp.
De entre la diversidad de propuestas estéticas visibles en la actual poesía tabasqueña, la obra poética de Dionicio Morales (Cunduacán, Tabasco, 1943) ocupa, sin lugar a dudas, desde hace mucho un sitio prominente. Compleja, abigarrada, en no pocos momentos deslumbrante, la poesía de Morales constituye, por una parte, un referente de las letras locales dentro del concierto de la literatura nacional, y es, en sí misma, una de las expresiones más felices de esa poesía mexicana escrita al margen, casi silenciosamente, de los reflectores y la fama. Sin ser un poeta de masas, la obra de Morales se lee y se celebra en un amplio círculo de lectores, conocedores de la fina construcción y la alta labor de relojería que se oculta detrás de su robusta tarea escritural.
Retrato a lápiz (UJAT, 2010), título que recoge con elegancia algunos tramos de su recorrido de varias décadas por los territorios de la literatura, es un libro que suma a la faceta convencionalmente conocida del poeta las otras no menos gozosas del crítico de arte y de teatro, la del periodista cultural y la del cronista-narrador que indaga entre los intersticios de una realidad que -él sabe socarronamente- escurridiza y, a ratos, insolentemente cruel. Del poeta abundante y pródigo en recursos verbales que es Dionicio Morales, del admirador de la figura y la obra pelliceriana que preside en él, desde sus comienzos, la escritura de poemas como asunción de un oficio inexorable, el volumen da cuenta de la evolución de sus posibilidades estilísticas y de las preocupaciones que animaron la creación de determinadas formas y contenidos.
El libro en su primera parte, contiene, pues, fragmentos representativos de poemarios aparecidos en orden cronológico, lo que no deja, por otro lado de agradecerse, dados los giros evidentes que el autor de El alba anticipada (1965) y de Las estaciones rotas (1996) habría de ir incorporando con el tiempo al corpus en expansión de su tarea creadora. De esta primera parte, el equilibrio formal entre sentido y enunciación constituye, acaso, el rasgo más característico de una poesía obsesionada con las imágenes cinceladas con el martilleo constante del ritmo y con la cadencia, casi milimétrica, de las imágenes.
En el amor
a la hora que sea
debemos olvidar
todo el ruido del mundo
y devotamente practicarlo
a la manera
que cada quien se sepa
Porque a esa hora
vamos a perpetuarnos
Amorosa, reflexiva, epigramática, cerrada y, a un tiempo, abierta a los usos diversos que del poema han hecho generaciones de poetas posteriores a la suya, la poesía de Dionicio Morales contempla el pasado -que es también presente recobrado- en el que nace la tradición, y avizora el futuro a partir de la historia sucesiva que ese mismo presente desdibuja. Morales escribe sonetos (Danza la bailarina iluminada/ por la lámpara azul del movimiento./ Y su alma, morenía alucinada,/ a la mirada deja sin aliento...) con la misma gracia y naturalidad con la que atestigua una contemporaneidad alucinante, poseída por los arrebatos del tiempo. Así escribe, por ejemplo, sobre la Ciudad de México, el espacio que habita desde hace décadas con una mezcla de amor y desengaño.
Amo esta piedra dura
herméticamente cerrada
esculpida a semejanza suya
suave
con su mirada de perro sin dueño
abandonado
Amo su sencillez
su manera de estar
como si nada
su sitio en la tierra
(su manera de ser y estar)
...
En tanto obra escogida, Retrato a lápiz es un libro que incorpora, por otra parte, las aproximaciones críticas de Dionicio Morales a la obra literaria de una constelación de autores a los que, sin duda, lo unen lazos indisolubles de amistad y dilecto regocijo intelectual. Se encuentran allí sus apreciaciones en torno la figura y la obra de su maestro Carlos Pellicer - para lo cual no tiene empacho en incluir el prólogo que escribiera para Era mi corazón piedra de río, antología de la poesía amorosa pelliceriana por él preparada-, así como sus juicios sobre autores fundamentales a la hora de intentar entender la segunda parte del siglo XX mexicano en su literatura. Margarita Michelena, Alí Chumacero, Efraín Huerta, Carmen Alardín, Salvador Elizondo, Abigael Bohorquez y José Carlos Becerra, entre otros, merecen del poeta cunduacanense alusiones muy bien elaboradas sobre cierta porción de su obra poética o narrativa, lo que hace de la labor ensayística de Morales una especie de "observatorio" privilegiado de cierto tramo de la literaria mexicana, imprescindible, pero en mayor o menor medida marginado del "cánon" instituido por autoridades y lectores.
La prosa de Morales hurga en el trasfondo de las obras y autores que recensiona, por lo que logra dimensionar con amplitud y suficiencia atributos que, en el mejor de los casos, bien podrían pasar inadvertidos para el lector ordinario. Semejante actitud del crítico frente a obras que lo conmueven es evidente en su aproximación a las obras plásticas y al teatro, lo mismo que en su apasionado ejercicio del periodismo cultural. En todos esos terrenos Morales se mueve con la agilidad y la soltura de quien mucho de mundo ha recorrido, de modo que también en esos ámbitos Retrato a lápiz es un muestrario de sus filias, coincidentes en mucho con buena parte de esa producción pictórica, escultórica, dramatúrgica y literaria que ha significado en México una relectura de las artes en general.
Si para hablar de artistas como Diego Rivera, Juan Soriano o José Luis Cuevas, Dionicio Morales echa mano de su habilidad para deconstruir una propuesta visual y emparentarla con su correspondiente vena poética, cuando ejerce de crítico teatral le interesa descorrer el velo de esa "imitación de la vida" que es el teatro para encontrar en él -y en dramaturgos como Sergio Magaña, Hugo Argüelles, Julio Castillo y varios más, cuya obra conoce cabalmente- la impronta de la vida expresada en historias magníficamente escritas y excepcionalmente representadas. El periodista cultural que indaga, por su parte, en la vida de escritores a los que admira y quiere -Gelman, el poeta; Zaid, el insobornable; Bonifaz Nuño, el irascible, por ejemplo- es también el Dionicio Morales que interroga -y se interroga- por el origen y el destino de la creación artística, y por el del, tantas veces incomprensible, derrotero de los artistas.
Retrato a lápiz es, en suma, un libro celebrable que recoge con fortuna algo del largo trecho recorrido por uno de los más grandes escritores tabasqueños vivos. Pulcramente editado por la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, el volumen rinde justicia a la profunda amplitud, a la mirada aérea, de un poeta que ha sabido sortear los escollos del tiempo para ofrecernos una muestra" de lo poco que ha realizado en la vida" y, como hoy, y como siempre, entregárnosla con la mirada muy en alto.
La prosa de Morales hurga en el trasfondo de las obras y autores que recensiona, por lo que logra dimensionar con amplitud y suficiencia atributos que, en el mejor de los casos, bien podrían pasar inadvertidos para el lector ordinario. Semejante actitud del crítico frente a obras que lo conmueven es evidente en su aproximación a las obras plásticas y al teatro, lo mismo que en su apasionado ejercicio del periodismo cultural. En todos esos terrenos Morales se mueve con la agilidad y la soltura de quien mucho de mundo ha recorrido, de modo que también en esos ámbitos Retrato a lápiz es un muestrario de sus filias, coincidentes en mucho con buena parte de esa producción pictórica, escultórica, dramatúrgica y literaria que ha significado en México una relectura de las artes en general.
Si para hablar de artistas como Diego Rivera, Juan Soriano o José Luis Cuevas, Dionicio Morales echa mano de su habilidad para deconstruir una propuesta visual y emparentarla con su correspondiente vena poética, cuando ejerce de crítico teatral le interesa descorrer el velo de esa "imitación de la vida" que es el teatro para encontrar en él -y en dramaturgos como Sergio Magaña, Hugo Argüelles, Julio Castillo y varios más, cuya obra conoce cabalmente- la impronta de la vida expresada en historias magníficamente escritas y excepcionalmente representadas. El periodista cultural que indaga, por su parte, en la vida de escritores a los que admira y quiere -Gelman, el poeta; Zaid, el insobornable; Bonifaz Nuño, el irascible, por ejemplo- es también el Dionicio Morales que interroga -y se interroga- por el origen y el destino de la creación artística, y por el del, tantas veces incomprensible, derrotero de los artistas.
Retrato a lápiz es, en suma, un libro celebrable que recoge con fortuna algo del largo trecho recorrido por uno de los más grandes escritores tabasqueños vivos. Pulcramente editado por la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, el volumen rinde justicia a la profunda amplitud, a la mirada aérea, de un poeta que ha sabido sortear los escollos del tiempo para ofrecernos una muestra" de lo poco que ha realizado en la vida" y, como hoy, y como siempre, entregárnosla con la mirada muy en alto.