jueves, 21 de octubre de 2010

Un poema


A una desconocida


Estas letras sedujeron al potro que llevo por memoria:
"Ella prefería las flores, las armerías marinas y las crestas de gallo"
Ella:
         ¿Quién es ella?
                                      ¿Cuál es su nombre?
¿Quién ha escuchado su sibilante voz prorrumpir
cuando todos ofrecen al silencio su pequeña mansedumbre?
Entonces la noticia de un faro que destella.
Una noche moteada por el faro
y la visión lejana
                                   -lejanísima-
                                                         de la bahía desierta.
Las ventanas en mansarda,
desde donde es posible vivir la lasitud del paraíso,
reproducen a su modo la travesía del regreso.

Ella es apenas un eco que se asoma:
una hoja boyando entre la inmensidad de las arenas.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Diario peligroso. Día 4.



Llamada de A. Me dice que quiere verme. Que ha pasado ya un buen tiempo y que es preciso reencontrarnos. Su llamada me llega en un momento de redefiniciones personales, de unos cuantos cambios en la esfera familiar y de catástrofes anunciadas por todos lados. Le digo que sí, que es bueno que nos veamos. Le advierto de los peligros que podría correr en medio de tanta inundación y tanta agua, pero, con todo y ello, insiste. Colgamos. Sonrío para mis adentros. Me alegro. Después de todo, el tiempo parece no hacer mella en una relación que creí muerta desde hace mucho y en una época de naufragios, de patéticas inundaciones, un afecto que se fue vuelve a la carga, como si nada de lo que pasó hubiera ocurrido. A lo largo de los días, ideas de relatos, de historias inconclusas pasan por mi cabeza y es tanto lo que puede llegar a escribirse que la sola imposibilidad de registrar todo lo que se me ocurre me obnubila. Hace algunas semanas, por ejemplo, empecé a concebir la historia de unos amantes. La historia vino a mí cuando la mujer que hace las veces de líder de mi esposa en el negocio que emprende me recibió en su casa para entregarme un encargo. Allí estaba ella, afable y cordial en los jardines de su casa. Sus cabellos teñidos de rojo caían ensortijados sobre sus estrechos hombros y una mirada atenta, particularmente concentrada, se clavaba en mí con una fuerza inquietante. ¿Y si una mujer como ésta -pensé-, en su aplomada madurez, accediera a ser la amante de un hombre joven? ¿Y si ese hombre aprendiera a amarla al grado tal de no poder vivir sin ella ni olvidarla? La mujer me despidió más tarde con un dejo de ternura dibujado en el rostro. No sabe que, tras aquel breve encuentro,está próxima ingresar a una inmensa galería de personajes sin nombre y sin esperanza. No sabe que su vida iluminó brevemente la mía con el rigor de una llama extendida por el soplo de las flores que en el jardín la circundaban.